viernes, 30 de julio de 2010

Gritos sordos a manos sordas

Las alabanzas siempre vienen servidas por la vivencia de grandes momentos alegres de recuerdos perdurables, palabras que recordamos sellando nuestro pasado conservando la vaga esperanza de que seamos más valientes y mejores en nuestras decisiones inmediatas. Probablemente sea eso, quizá sea la solución al gran problema. Pero no es cuestión de querer explicar lo inexplicable, y si alguien es capaz de comprender la mente humana que venga y se lo demuestre a este escéptico nostálgico de la nada. Más podría saber si mi arrogancia me dejara descubrir mis sentimientos a los que últimamente estoy lanzado puntadas con una aguja a ver si consigo hilvanar con mi sentimientos pero la realidad es otra bien distinta: el ostracismo de la oscuridad me envuelve. Soy una mente insaciable de ideas que a muy pocos interesan (…como si hubiera alguno…) y que probablemente estén destinadas a morir sin llegar a buen puerto. Pero que queréis que os diga, soy un pobre incomprendido que no sabe luchar por lo que quiere y ve como se lo quitan de las manos una vez tras otra. Ese soy yo un cobarde que se cree incasable luchador y no es más que un rocín flaco y galgo corredor, alguien que no sabe desear nada ni querer a nadie, un corazón vacío y a la par sediento de deseos irrefrenables de quererte cada día un poco más, pero quizá no sea el momento y a lo mejor nunca lo encuentro. Pensándolo bien, el momento lo encontraré pero ya será demasiado tarde. Sin mirar un más allá perpetuo me tendré que conformar con el recuerdo de la brisa embriagándome con su perfume y con su sonrisa casi perfecta que hace que sea deseada por más de uno en este mundo. ¿Podríamos ser felices? No creo, nadie se conforma con el fiel escudero Sancho, todo quieren que sea suyo Don Rodrigo. A nadie le hace gracia un personaje temeroso y cobardón, nadie quiere se protagonista con un subalterno, todo el mundo quiere el papel principal en la obra de su vida, pero son muy pocos los que luchan por ello que persiguen. Quizá en el conformismo de estas palabras haya caído de forma estrepitosa y probablemente no pueda volver a salir de ellas pero que queréis que os diga probablemente siga montado en mi fiel burra caminando por este mundo que esta lleno de “piedras” y pararme para contemplar las bellezas que en el albergan y siempre guardando un protocolo de silencio que no rompa la hegemonía de mi silencio cauteloso en el cual vivo envuelto demasiado tiempo y del que nunca sabre cuando podré salir aunque sea para coger un poco de aliento que me mantenga vivo aunque solo para poder mirarte desde lejos y dejar que sea el viento que te acaricie sin que el sepa que por dentro me estoy muriendo lentamente de envidia.
Pero siempre quedará la esperanza de que cuando yo no este aquí por lo menos ocupe un trozo de tu memoria y allá donde quiera que este se me dibuje una estúpida sonrisa de nuevo en mi ya cansada cara. Y en resumidas cuentas que más da como me abrá el corazón para vosotros si nadie perderá el tiempo en leer mis profundos sentimientos.

Gritos sordos a manos sordas (Alejandro Guillén)