Hoy he salido a la calle. Palabras cruzadas, miradas perdidas. Esta noche puede ser algo distinto. Todo puede cambiar, o al menos crees que puedes intentarlo. Hoy he salido y me he cruzado con un perro; él me ha mirado, yo lo he mirado y ambos esbozamos una sonrisa. La noche transcurría y la tinta que había en el papel no mentía, la noche era como otra cualquiera: noche de vulgaridad. Como si fuera la última cena acudimos todos a nuestro Sinaí particular con la idea de que sea una noche con una historia que recordar. Pasan las horas, pasa la noche y todo sigue como si la noche no hubiera existido, todo continua como si fuera un espacio publicitario sin interés. Llega el momento conveniente a la vuelta a casa porque todo está dicho, hablado o incluso insinuado. Por el camino te espera quién en esa noche a querido ser fiel, pero la cosa ha cambiado. Esta vez la sonrisa ha desaparecido, en su lugar había una lágrima... Una lágrima negra para limpiar todas esas cosas que no han sido buenas esta noche, una lágrima que representa todo lo malo que vemos y no hacemos caso. Me he parado a pensar por un segundo en un sucio rincón de este pueblo y he visto que dónde el resto solo ve basura o deshechos podemos encontrar una forma de vida que no hemos aprendido a contemplar y al cruzar esa línea de lo desconocido empezamos por el buen camino para la creación de nuestra propia vida. Y este perro me hizo ver que las pequeñas cosas quizá sean las mejores que nos ofrece la vida y qué perdemos muchas veces por seguir consejos de troceen vez de seguir nuestro instinto.
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